Pescar entre cerezos en flor. Miles, millones de flores que
aguardan ser polinizadas por toda clase de insectos glotones, no solamente
abejas. Las truchas van saliendo, el día se va nublando y comienza a llover.
Pescar bajo la lluvia tiene su atractivo: el sonido de las gotas sobre las
hojas y el río, el olor del aire, la facilidad para acercarse a la orilla sin
asustar a los peces, el cambio en los colores del bosque que nos rodea… Los
inconvenientes son mínimos: se pega el hilo a la caña, es difícil hacer los
nudos con los dedos mojados y se nos mojan las gafas si no tenemos unas buena
visera… A parte de eso los pescadores solemos ir muy preparados, ni aunque
caigan chuzos de punta nos salimos del río. Sólo las tormentas nos amilanan
porque no tenemos vocación de pararrayos y una caña de grafito entre las manos
es casi eso.
La primavera ha comenzado fértil en lluvias, y que siga.
En
Octubre del año 1933 László Ede de
Almázy descubrió en el desierto de Libia la llamada “cueva de los nadadores”. El lugar
ya era conocido por los beduinos, claro. Allí se pueden ver figuras humanas
nadando y dibujos que representan orix, jirafas y antílopes. Tal vez dentro de
algunos siglos este paraje sea también un desierto y a los que pisen el lugar
les parezca imposible que hubiera aquí ríos, cerezos y truchas. Pero entre
tanto que siga lloviendo antes que el cambio climático convierta en desierto
este paraíso.
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