Baja acompañado de Janis y de la primavera. Silba feliz, sin
prisas, sin haber madrugando, dejando que la indolencia del medio día se
escurra por sus pasos monte abajo hasta llegar al agua. Tiene la certeza de que
no va a encontrarse con nadie y de que nada le va a distraer de su trabajo. Un
trabajo que consiste en caminar por las horas de la tarde, mantener el
equilibro encima de las piedras, adivinar en cual de los miles de rincones
posibles acecha el alimento la gran trucha, sentarse de hora en hora en un
lugar con sombra y respirar el perfume de millones de flores de retama blancas y
amarillas que la evolución ha construido para engatusar a las abejas y
embriagar a unos pocos humanos escogidos. Janis Joplin sigue cantando un y otra
vez desde un lugar a salvo ya de su dolor: “Freedom’s
just another word for nothing left to lose, / Nothing don’t mean nothing honey
if it ain’t free, now now”. Pero él se ha quedado enganchado sólo a la
melodía y al color dorado y rojo de las truchas.
La libertad es de color verde, también es brillante y
transparente, huele bien, puede tocarse y sólo exige poseer de verdad el tiempo
e ir ligero, no cansarse, no parar, no tener, no desear tener. Duras exigencias
para los días que nos venden y compramos con inconsciente inercia o con lúcida
amargura. La libertad es dorada y roja, también tiene espacios de fresca
penumbra, huele a tierra mojada, puede acariciarse y sólo exige que la busques
muy atento, nunca con desgana. Duras exigencias para estos tiempos de penuria y
distracciones virtuales.
La melodía que silba se mezcla con la voz del torrente que ronronea al comienzo de cada una de las pozas. Se siente soberano de un reino tan bello,
frágil y posible que aún hoy no hay palabras suficientes para limitarlo. Hay
quien sigue poniendo cercas y alambras a esta naturaleza, imbéciles súbditos de
la palabra "propiedad" que siempre estuvo vacía y nada protege.
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