Se revuelve la trucha en la sacadera, notamos su energía, la
facilidad que le permite la forma ahusada de su cuerpo para ganar velocidad, en
sólo unos segundos, en un medio tan denso. Nosotros nadamos con torpeza, ya no
somos de allí.
Los huesos nos sujetan. Gracias a ellos no nos parecemos a los
escarabajos, las babosas o las medusas. Son agua, fosfato y carbonato de
calcio, también colágeno. Los huesos nos sustentan, nos dan forma y cumplen un
montón de funciones metabólicas y de generación de células de la sangre. Somos
animales vertebrados como las tortugas, las truchas, los murciélagos, los
elefantes o los desmanes, hermanados todos por un mismo diseño óseo lleno de
variaciones maravillosas.
Con los años los huesos nos avisan, duelen a veces, se resienten,
son nuestra parte pétrea pero hasta las piedras se van rompiendo o las va
puliendo el agua.
Nos da temor ver un esqueleto de un humano. Culturalmente lo
asociamos a la muerte, la ausencia de carne, la falta de vida. Nos parece
increíble que “eso” seamos por dentro. Pero a mí me parecen preciosos los
huesos. La belleza de fuera está en ellos, también en los músculos y en la
piel, claro, pero en los huesos está la base de todo lo visible y admirable.
Esa cabeza dura de las truchas, su mandíbula rotunda, sus dientes como
alfileres que tiene hasta en la lengua, la invisible columna vertebral que la
permite colear y remontar las corrientes, hasta las más fuertes y espumosas.
Neil Shubin descubrió al Tiktaalik, un pez fósil con extremidades
de 375 millones de años de edad, el eslabón perdido entre las antiguas
criaturas del mar y las primeras criaturas en empezar a caminar en tierra. Olvidamos
que una vez fuimos también peces y que en un momento preciso y precioso de la
historia del mundo, hace más de trescientos millones de años, siendo peces,
comenzamos a ser otra cosa, a tener cuello, brazos, pulmones... Pero las
espinas de mi trucha no son muy diferentes a mis propias costillas flotantes.
Tampoco es muy diferente mi instinto de remontar las corrientes, de nadar en
contra, de ser feliz tocando el agua.
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