De entre los helechos secos van saliendo las yemas esmeralda de los nuevos, tiernos y raros como seres que han viajado desde otra era remota y mantienen costumbres o formas de vivir ya extinguidas o absurdas para las otras criaturas que se sienten modernas e inteligentes. Y el pescador los roza con cuidado.
Pervive en la cultura el mito del reencuentro, de la posibilidad
de volver, en otra parte, a la cercanía de lo que perdimos para siempre. Puede
tener nombre de reencarnación, de cielo o paraíso, incluso de aproximación de
unos a otros cuando ya sólo seamos moléculas confundidas en el humus de la
tierra con otras moléculas perdidas. Como si nos resistiéramos a la certeza de que la
vida acaba y nunca más habrá otra que encarne nuestra identidad de hoy. Sin
embargo, mientras late el corazón, a veces hay reencuentros y en ellos la
posibilidad del reconocimiento, una forma de alegría inesperada que en realidad
no buscábamos aunque si propiciamos la posibilidad. Y eso ocurre cada primavera con su río, con cada una de sus
pozas y con algunas de sus truchas que, un año más, han sobrevivido a las
riadas y a las nutrias, los cesteros y los estíos, la fragilidad y el tiempo.
Toca el agua que este marzo está bien fría. Va saludando a todos
los arboles y también a la propia sorpresa dichosa de poder volver, un año más,
y sentir lo mismo como si fuera nuevo y muy distinto a lo que recordaba. No cree en reencarnaciones, ni en
cielos, ni en eternos retornos moleculares, sólo tiene esos pequeños momentos
de reencuentro en el agua, de fiesta ante la constatación que sigue aquí y que
disfruta del mismo privilegio irrepetible, de una rara emoción cuando toca la trucha o
cuando no la toca y la ve huir de sus señuelos, de caminar otra vez torrente arriba
burlando al cansancio y a las fábulas que nos hicieron cobardes.
Hermosa entrada. Yo he tenido momentos de pensamientos sobre la reencarnación, muchos libros consumí de juventud, época de escalador, de Pirenista convencido. Ya con la madurez solo deseo seguir paseando por los ríos, ver crecer los árboles y tocar esos peces.
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