Importa el lugar preciso, el punto del
mapa, el río con nombre que nos regaló ese instante y también el tiempo largo,
solapado, repetido, sedimentado año tras año en la memoria porque a él volvimos
muchas veces hasta sentirlo nuestro, no como propiedad, sino como parte íntima
de nuestra identidad.
El pescador vuelve otra vez a los
escritos de Benjamin: “El hombre que se limita a hacer inventario de sus
hallazgos, sin lograr establecer la
ubicación exacta en que han sido almacenados esos antiguos tesoros en la tierra
de hoy, se escamotea a sí mismo la más rica recompensa. En este sentido, para
los auténticos recuerdos, es mucho menos importante que el investigador los
reporte a que señale con precisión el sitio donde se hizo con ellos.”
Por eso el pescador señala aquí, con
precisión, el sitio donde se hizo con todos sus tesoros, el lugar de la tierra,
su río. Aunque no desvela su nombre ni escribe las coordenadas sino el lugar en
el mapa de su vida, una vida inclinada y caminadora.
La inclinación del eje de giro de la
Tierra respecto al plano de su órbita alrededor del Sol propicia las
estaciones. La inclinación y el movimiento propicia todo. Acostumbrados a la verticalidad de
nuestro bipedismo cuando estamos quietos, no nos damos cuenta que al caminar,
sobre todo por terreno irregular, tendemos a tener una ligera inclinación para
mejorar nuestra estabilidad dinámica. Cuando nos movemos por el mundo nuestro
eje es distinto, inclinado. También aquí, cuando la fuerza del pez nos obliga a
cambiar nuestra forma de mirar el mundo mientras una caña de glass intenta
imitar el arco iris y detrás, fuera de plano, una cortina de granizo nos sigue
los pasos y más arriba, miles de cerezos ofrecen sus flores a la glotonería de
los insectos. Es decir: estamos en Primavera, disfrutemos del agua en todos sus
estados. Ese es el lugar preciso que hoy desvelo.
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