Miras las piedras durísimas de granito puro, redondeadas y suaves gracias al agua de los siglos. Rodaron desde lo alto de Gredos atravesando diluvios y millones de veranos. Cuando tu amigo el geólogo comienza a describirte el paisaje en miles y miles de estaciones sientes que la vida del presente es nada, apenas una chispa. Y por eso lo es todo y pones tu voluntad y tus sentidos en saber vivir, en intentarlo.
Respetas y amas esas piedras que viste iguales toda tu vida, el agua que las ha ido puliendo, los seres que habitan este valle secreto. Sabes que tiene sentido ese animismo, esta forma de entender con la ciencia lo que hay detrás del paisaje y con el corazón lo que hay delante.
Juegas con el sedal y lanzas detrás de la gran piedra sumergida. ¿cuántos años has hecho el mismo lance?. Le cuentas al hijo pescador de dónde vienen los canchos que pisamos, porqué son ahora redondos y pulidos, y él también se pierde en imaginar tantos millones de días. Nos sentamos a almorzar sobre una piedra enorme, aún rugosa y cubierta de musgo seco y líquenes azules.
No le cuentas lo que ahora sabes. Que la vida es muy frágil, que mañana puede que tú ya no existas o que los muchos años que te queden por vivir seguirás bajando a la garganta a pescar truchas. No le cuentas cual es el sabor áspero y cobrizo de la tristeza o porqué lanzas siempre ahí, en ese hueco oscuro delante de la gran piedra. No hace falta. Tal vez él ya lo sepa o lo sueñe.
Y en ese instante de compartir pan y fuet, agua y queso, sentados sobre la alfombra suave de musgo, descansando del día, sentimos que todos esos miles de años construyeron este horizonte sólo para nosotros los pescadores. El resto de las gentes que se pierden por aquí no saben mirar las piedras, ni el agua, ni los helechos, entran y salen rápido del camino, intentan aprisionar en una foto todo esto pero saben saborear la lentitud sigilosa de las piedras, ni leer en el río donde se esconden las truchas y el tiempo largo, nuestro y verdadero. Porque estas piedras durísimas y nosotros, tan frágiles, somos polvo de estrellas, pero nosotros tenemos las palabras y la memoria, el saber caminar y sonreír.
Eso también lo sabe el hijo pescador o lo sueña.
Eso también lo sabe el hijo pescador o lo sueña.
papa me ha gustado mucho
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