Mi hijo el pescador contempla como juegan las nutrias en el charco “La Nutria”. Comienza a amanecer. Los helechos intentan salir bajo la hierba helada por el invierno. Pasan a toda velocidad, río arriba, una pareja de patos salvajes. Un poco más adelante sale perezosa una garza real y dos jabalíes cruzan la tabla larga asustados tal vez por nuestro olor. Llegamos a la cabecera del charco del Puente Roto y soy más rápido que él, ya tengo la caña lista y los primeros lances son míos. Soy su padre pero no su nurse.
Debe aprender que en la pesca estamos solos aunque vayamos pescando en armonía un charco tú, el siguiente yo. Que para pescar truchas hay que andarse listo y no fiarse uno ni de su padre. Eso vale sobre todo para estos torrentes de aguas fuertes, rápidas, broncas. No fiarse de ninguna piedra, ningún paso es seguro, no hay que saltar nunca porque te puedes romper la cabeza y ahogarte.
Debe aprender que en la pesca estamos solos aunque vayamos pescando en armonía un charco tú, el siguiente yo. Que para pescar truchas hay que andarse listo y no fiarse uno ni de su padre. Eso vale sobre todo para estos torrentes de aguas fuertes, rápidas, broncas. No fiarse de ninguna piedra, ningún paso es seguro, no hay que saltar nunca porque te puedes romper la cabeza y ahogarte.
Al día siguiente volvemos a bajar a las Tres Juntas. Entre dos luces, se me lía el señuelo en una zarza del camino y el chaval se adelanta, hace los primeros lances, coge una trucha. Para pescar aquí hay que andarse listo y no fiarse uno ni de su hijo.
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