(Pintura de Bern Sundell)
Ya falta menos
de un mes. Uno va contando los días que faltan para que se abra la temporada de
truchas y siempre pasan muy lentos.
Ninguno de mis
hermanos se pierde ese primer día de bajar todos juntos a una garganta con tan
pocas truchas pero tan bella, en la que llevamos pescando ya más de treinta y
cinco años. Y me asombra no haber olvidado esos días heladores y felices en los
que subía con mi tío Ángel desde la presilla del Matón hasta las Tres Juntas.
Muchos kilómetros de río y muchas horas intensas. Las caídas al agua, las
truchas que se escapaban, la nutria sorprendida a pocos metros, en su siesta,
el agotamiento feliz, aquel primer carrete bueno, el sonido del agua metiéndose
en un lugar muy hondo del corazón y sobre todo el tiempo solar, primitivo,
pleno, enteramente nuestro.
Me gusta, ese
primer día. Intentar cruzar por el único punto de la corriente en la que esto
es posible para lanzar con sigilo en el charco Negro. El hijo pescador aún no
puede cruzar esa corriente. Yo mismo he tenido que recular alguna vez, cuando
las aguas viene altas. Aquí la corriente es muy seria. Es importante aprender
eso, a dar la vuelta, a recular, a desandar el camino del agua, a ser prudente. Es lo primero que le enseñé al hijo pescador.
Hoy siento los
días como esa corriente fuerte y ancha que tantas veces he cruzado. ¿llegaré
hasta la orilla?.
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