Anduve tentando a las truchas grandes con
la caña de lance y un pececillo de dos gramos. El hijo pescador se fue con sus
tíos y yo me bajé solo a mis charcos. Según lanzaba, en la orilla de enfrente,
una cochina con sus rayones me gruñía, el martín pescador pasó como una chispa
azul y la pareja de azulones dieron dos vueltas sobre mi antes de buscar un
posadero río arriba. La vida también es esto, estos instantes que ahora existen
aquí porque yo estuve allí.
Pero el pescador huye de cualquier
bucolismo. Uno no es demasiado contemplativo. No puedo estar demasiado tiempo
en una corriente o una tabla, me gusta ser un "pescador andante" como diría Guy.
Hoy necesitaba el ritmo andarín de la caña de lance más que el caminar pausado
de la mosca.
Luego, ya en casa, haciendo unos pocos
tricópteros de pelo de corzo recordaba cada trucha de día y le contaba al hijo
pescador cómo a veces pescamos más con las piernas que con la caña. Él tiene
buenas piernas, nunca se cansa y yo espero no cansarme nunca antes que él.
Quién
piense que pescar es algo descansado que se venga con nosotros un día…
Esta es la pesca que me gusta explicar a los que solo ven nuestra afición como una actividad de poco movimiento, casi sedentaria.
ResponderEliminarLa imagen del pescador medio recostado en una silla con los ojos adormilados mientras un corcho se mece al son del agua, es la más habitual en la mente de los no pescadores.
Enhorabuena, lo has expresado de maravilla.