lunes

ENEMIGOS

Flow gently, sweet Afton, among thy green braes,
Flow gently, I`ll sing thee a song in thy praise.
My Mary`s asleep by thy murmuring stream,
Flow gently, sweet Afton,  disturb ot her dream.

- Robert Burns (1759-1796)-

Muchos años antes habían sido rivales a pie de río, se perseguían y espiaban entre las sombras de los sauces, en las umbrías llenas de helechos, en los recodos del torrente. En ocasiones se hacían los encontradizos en las grandes pozas para observarse, cada uno con su propia arma, su propia estrategia, su propio sentido de la vida. El uno pescaba con una preciosa caña de bambú refundido de tres tramos color caramelo, el otro con otra soberbia caña de bambú negro de cinco metros, de una sola pieza.

Aquella rivalidad existió siempre y solo se rompió cuando el joven pescador a mosca consiguió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para ir a doctorarse a París. Pero se mantuvo cuando regresó aunque entonces él viviera en Madrid y sólo se vieran algunos días del año. Nadie sabía en el pueblo quién cogía más y más grandes truchas pero cada uno de ellos siempre pensó que era el otro el vencedor. Cuando, de forma ocasional, se encontraban de frente el uno con el otro en una vereda se saludaban con cortesía y se preguntaban, sin esperar respuesta, por su mutua fortuna. Ambos se tenían una feroz antipatía, no solo por que el uno fuera socialista de Azaña y el otro de Gil Robles, no porque el padre de uno fuera arriero y el otro hijo de rentista sino por el opuesto engaño que cada uno utilizaba para pescar truchas: la fina lombriz de anillo contra la mosca leonesa, el temblor del tacto contra la levedad de una posada precisa.

Al poco la guerra llegó a todos los rincones, incluso a aquel pueblo rodeado de torrentes y el pescador de mosca tuvo que huir a Madrid donde trabajó en la emisora Transradio con su amigo Barea, leyendo por el micrófono historias de nutrias y libélulas, ríos en paz y truchas sabias, mientras sonaban las bombas cerca. Era su forma de hacer la revolución. En el pueblo, el pescador de cebo supo que habían entrado en la casa de su enemigo y que habían quemado sus libros y sus ropas en la plaza, así que cuando la recorrió en la penumbra lechosa de ese amanecer de marzo del 38 no se sorprendió del desastre, ni de los libros rotos por el suelo, pero le llamó la atención que aquel objeto protegido en su funda de tela roja, permaneciera intacto colgado de la percha del dormitorio destrozado como una bandera arriada.

Y pasó mucho tiempo, también para las gargantas y los ríos. La vida del uno fluyó plácida como el Tietar en Julio y desencantada por tanto asesino convertido de autoridad respetable, pero él siguió fiel a su tradición y a su caña larga, aunque fue cambiando el ansia de la cantidad por la pasión reposada del tamaño y después esa pasión por el amor simple hacia un río que conocía de memoria. La vida del otro fluyó como un torrente por Londres, Moscú, San Francisco, Costa Rica…desencantado ya por tanto crimen en nombre de la justicia, pero también fiel a sus ideas y a la pesca a mosca con caña de bambú y fue cambiando la tensión de la prisa por la pasión del lance perfecto y después esa perfección por la certeza de que los ríos ya no pertenecían a los hombres.

El pescador de cebo supo del regreso en los años setenta de su enemigo. Ambos competían de nuevo en la política así que no les fue difícil concertar una cita antes de las elecciones en el café Lyon, que ahora ya no existe. No hablaron demasiado. Cuando pasan cuarenta años y hay tanto que decirse solo se puede hablar de lo importante. -Pican las truchas-. Preguntó el viejo pescador de mosca. –Pican-. Le respondió el viejo pescador de cebo mientras dejaba sobre la mesa la deshilachada funda de franela roja. Las manos del otro desataron con algo de torpeza el nudo antes de sacar con delicadeza su antigua caña de bambú refundido de tres tramos como recién salida las manos del artesano. -Ya sabes que no sé usarla, pero hace años la envié a un taller de Asturias para que las restauraran, fue lo único que pude salvar-. Afirmó el pescador de cebo. Y su enemigo recordó el olor de Ilsa, la muchacha irlandesa que conoció junto al Sena y le acompañó luego a aquel Madrid sitiado donde murió. Recordó por un instante su voz recitando unos versos antiguos de Robert Burns, el olor de su piel, de su risa y de su propia sorpresa reflejada en los ojos azules de la muchacha, como el río Tietar en Abril un día de tormenta, cuando dijo:–Mi padre hace cañas en Irlanda y este es su regalo de bodas-.

Yo los vi años después, mano a mano, rivales siempre, allí donde el torrente se ensancha. Seguían sin hablarse demasiado. Ahora que no están. Mientras espero a que escampe la lluvia, al mirar la funda de tela con la caña que me regaló mi abuelo Teo, el pescador a mosca, he recordado toda esta esta historia que me contó su amigo Helio, el pescador de cebo.




7 comentarios:

  1. Te superas en cada entrada. Desde luego esto no es un blog de pesca, o no uno al uso. Enhorabuena y sigue así.
    Saludos

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  2. Magistral, parece que estoy viendo lo que cuentas. Un placer leerte.

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  3. No hace mucho que conozco tu blog,pero me parece que conjugas la pesca y la narrativa de forma mas que entretenida.
    Fenomenal.
    Felipe

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  4. Gracias Victor. Gracias Jorge. Gracias Felipe. Creo que muchos pescadores saben contar muy bien sus historias y aventuras...

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  5. Pero tú, ¿de dónde te has escapado?. ¿Cómo es posible que escribas como lo haces y te escondas en un blog que leemos cuatro?. Flaco favor le haces a los que les gusta leer lo bien contado, escribiendo sólo en el fondo negro de tu blog. Me siento afortunado por leerte desde hace tiempo, muy afortunado, pues es raro encontrarse con pequeñas perlas como las que desgranas aquí. Tendrás que escribir en algún sitio donde te puedan leer más... o yo tendré que decir a todos que hay un hombre que escribe en un pozo negro que regala palabras con brillo para que vengan a verlas.

    Seguiré disfrutando aquí o donde sea de las cosas que susurras.

    Saludos

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  6. Gracias amigo lector, pescador.
    Temía olvidar, no saber contar a mi hijo, un pescador de doce años, porqué pesco. Eso se cuenta en el río, claro, con pocas palabras, y así lo hago. Pero también por escrito, aunque sea en este agua negra.

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  7. Relato realmente encantador, escrito con perfección, con enganche de principio a fín.
    Es todo un placer. Gracias.

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