miércoles

SEÑOR BARBO



Escaparme un día de diario de finales de abril o primeros de mayo, con la caña pequeña y una caja de bolsillo con una docena de ninfas, alguna mosca seca y hasta ahogada. Pantalón ligero, camisa, gorra, sacadera al cinto. Llegar temprano al mundo y bajar por el camino invisible de la derecha entre retamas altas, miles de flores amarillas y monstruos de piedra desgastada donde tienen su casa don raposo, el señor lagarto y doña vívora. Camino hasta donde el río se abre y luego se cierra entero para pasar por una raja afilada en el granito puro.

Allí no hay nada, nadie. Sólo agua y peces, algún corzo transparente y perdices furiosas que cruzan la ladera, un molino abandonado más abajo y perfume de mayo. No hay nada, nadie. Sólo la vida entera como pudo ser antes. Desde muy arriba ya veo los miles de barbos remontando y el corazón se remueve de una emoción antigua e instintiva.

Lucho contra el señor barbo que anda de amores y se deja burlar por un torpe pescador mosquero. Entran francos y duros, furiosos, tozudos e incansables. Pero yo tampoco me canso de peleas. Sólo el sol es el tiempo, calentando despacio la mañana y propiciando un chapuzón, antes del bocadillo, entre peces que huyen y remontan los rápidos. Pasa el día y no me canso ni me harto de pescar. Voy remontando el río y lanzando el señuelo en cada tabla.

Es uno de mis pequeños y asequibles paraísos. No hace falta coger aviones ni preparar prolijos equipajes.

He llevado allí muchas veces a mi hijo el pescador, como quién muestra un gran secreto. Como quién regala un gran tesoro.


lunes

13



Me acompaña mi hijo el pescador. Los kilómetros pasan suaves y hablamos de aviones y peces, de amores y dudas. Nos gusta explorar ríos nuevos, viajar lejos, probar nuevas moscas y señuelos. Me dejo llevar por su curiosidad y sus preguntas. Con él todo es siempre levedad y risas, sorpresa y aventura.

Ya en el torrente me cruzo de orilla y pescamos en paralelo sin molestarnos. Me gusta mucho el sonido el agua cuando los ríos van fuertes y alegres con los deshielos, cuando la primavera apenas se está asomando en los brotes de los sauces.

Es muy distinto pescar sólo que pescar en compañía. Son dos formas diferentes de disfrutar de ese tiempo. Lo difícil es encontrar un compañero de agua que nos soporte y que nosotros soportemos, que entienda nuestro ritmo y también nuestras manías.

Pienso, un año más, que soy afortunado porque este río sigue vivo, bello, limpio, con pocas truchas y también con pocos pescadores. Jugamos con un nuevo lance, en las tablas abiertas, que consiste en hacer volar la seda como un espadachín, haciendo aspas continuas hasta soltar la línea en un último gesto llevando el brazo hacia atrás. Llevo una ahogada y una seca. Él un pececillo japonés de apenas tres centímetros armado con anzuelo simple que compró en no sé cuál web remota.

Me gusta pescar sólo, a mi ritmo,  sentir que formo parte de este torrente, saborear que me sé de memoria hasta las piedras, olvidarme del tiempo y sus fronteras. El año pasado, en medio del agua, sujetando una buena trucha sobre un corrientón profundo disfruté cada segundo de lucha, me descubrí sonriendo como un bobo aunque iba a ser difícil llevar a la trucha a la sacadera.

Me gusta pescar con él aunque dice que no paro de hablar y de decirle “cómo si y cómo no debe hacer”. Intento reportarme, que acierte y falle él sólo, sin ir yo de maestro por su vida. Me gusta sentir como se va metiendo también este río en su memoria, como va puliendo las piedras duras, el lecho profundo de sus recuerdos y de sus experiencias. El año pasado lanzaba ya muy bien bajo la bóveda de ramas y hojarascas y sacaba con tiento y con delicadeza las truchas sin ponerse nervioso, aunque luego echara pestes si se escapaba alguna.

Ya faltan pocas semanas para volver a vivir estos días. Le veo crecer y ser mejor que yo en casi todo. No me siento por esto más viejo sino más joven. Tengo su edad cuando estoy con él en nuestro río, trece.

miércoles

TARJETA


Dibujo de Rod Crossman


He tenido muchas tarjetas laborales donde se escribía, además de mi nombre, lo que era o dónde trabajaba, bajo logos, marcas, empresas, compañías más o menos extrañas o importantes que hoy no me dicen nada. Durante muchos años nos educamos para “ser” ese algo, para poder llevar en el bolsillo una tarjeta de estas en la que está escrito nuestra profesión, cargo u oficio y en esa actividad ocupamos el mayor tiempo de nuestra vida, casi todas las horas del día y mucho de nuestra imaginación, energía, sueños.

Hay quién no despierta nunca. Sólo cuando la jubilación le desnuda de su cargo o su lugar en la máquina productiva se dan cuenta de que han olvidado la vida que había detrás de su propio nombre. Otros son capaces de desdoblar su corazón y disfrazarse los días de diario con el oficio y los días de libertad con esos sueños. Unos pocos, muy pocos y muy afortunados, dedican todo su tiempo a lo que son, a sus pasiones creativas sin poner ninguna trampa o demora en el camino de vivir.

Conozco a muchos hombres y mujeres tristes que dejaron en su trabajo la vida entera y ahora, ya sin fuerzas, muy perdidos, no saben en que ocupar sus días. Otros en cambio parece que reviven y emprenden, comenzando ya la setentena, sus sueños infantiles, aprenden cosas nuevas, estudiar, viajar, saber, probar, hasta a pescar… Muy pocos no dejan el trabajo nunca y sólo cuando su cuerpo ya no les lleva donde su voluntad desea se dan cuenta que el camino se ha terminado. Tuvieron una vida plena y no se lamentan nunca del final.

Hay mucho de azar y algo de voluntad en estos distintos caminos. No todo es azar, ni todo es voluntad. Pero a veces, sea cual sea el nuestro, debemos darnos cuenta, de verdad, de cual es nuestro oficio o, mejor dicho, de cual es el oficio de nuestro corazón. No importará entonces demasiado cual es nuestro trabajo para poder vivir. Ganarse la vida es siempre complicado, pero lo de verdad difícil es descubrir en que “hacer” se esconde la plenitud, eso que algunos llaman felicidad.

En el río, muchas veces, me encuentro con otros pescadores. Tenemos la misma pinta, utilizamos la misma jerga, descubro en sus ojos brillantes la misma pasión por el agua, las truchas, el tiempo detenido en una sedas que flota y una mosca de plumas que parece volar. Sólo somos eso, pescadores.

Hoy, mientras pienso en una nueva tarjeta, sé que en ella no voy a poner nada. Lo que soy no es necesario nombrarlo ni escribirlo en un cartoncito blanco.



viernes

POZA LARGA



Sabes que está por allí, más arriba o más abajo de esta tabla honda, oscura y larga. 

La orilla Este es escarpada y salvaje, cortada a cuchillo sobre granito y llena sauces, encinas y jaras. La orilla Oeste la han fabricado los últimos glaciares extinguidos con canchos suaves y redondos para convertirse un poco más abajo en una playa dulce y arenosa. Es una de las tablas más bonitas que conoces, con una chorrera ancha que golpea la orilla en curva y cuyo arco está formado por las raíces desnudas de los árboles. Con una rasera al fondo muy tranquila que es el único punto por el que se puede cruzar el torrente en primavera.

Allí descansas siempre. Allí has tocado muchas y buenas truchas. Allí has llevado en verano al hijo pescador para que nade, pasar la tarde, merendar con el sol de septiembre borrando el tiempo. 
Pero es en marzo y abril cuando el paraje es más hermoso. Y son hermosos los tres o cuatro charcos por debajo y la tabla larguísima y estrecha que viene después. Una sucesión de aguas hondas y rápidos esculpidos en el puro granito de este bosque extremeño.

Muchas veces, mil veces has subido pescando este torrente. Muchas veces, mil días has caminado por el granito pulido y peligroso y atravesado el agua con prudencia. Muchas veces, mil veces, siempre, te has embobado con la belleza de cada detalle del recodo y has pescado despacio, tu, que siempre vas por el río como si tuvieras un cohete en el culo.  Has pescado cada recodo muy despacio, saboreando cada lance y cada sombra.

Sabes que está aquí, más arriba o más abajo de esta tabla honda, oscura y larga, ese gran pez que a veces has tocado. Y ahora sabes que no buscas volver a tocar su resplandor sino tener de nuevo la certeza de que sigue aquí, no el pez, sino el río entero. Y tú en él.





miércoles

GREY



Hoy tenemos en el país "escritores técnicos" de pesca de altísimo nivel (ando estudiando el estupendo libro “El Peso en la pesca a Mosca. Técnicas y aprendizaje de la pesca con ninfa en río” de Josetxo Martínez que ha editado Sekotia)  Pero hay pocos "escritores vivenciales” y en activo con libros publicados (…Roques, Quesada, Fernández Román…) o que publiquen con regularidad en las revistas de pesca.

Sin embargo las revistas Inglesas y norteamericanas, desde siempre, han sabido intercalar cuestiones técnicas con buena literatura fly fishing. Y es un placer pasar de las últimas innovaciones a las palabras de un escritor pescador que sabe contar con belleza lo que todos sentimos en el río enfrentados a un salmón, una gran trucha o un día memorable.

 Estos días intercalo a Josetxo con el Vizconde de Grey y ambos me enseñan y de ambos disfruto. Intuyo que tal vez no es fácil escribir un libro técnico o literario sobre pesca.

A lo mejor aquí los escritores no pescan y los pescadores no escriben, aunque hay excepciones, claro. En Internet si hay estupendos relatos y muy buenas propuestas técnicas de montajes, lanzados, materiales… pero uno echa de menos libros como el de Josetxo, o Carlos del Rey, como los de Guy o Grey

Me gustan los libros de papel, aunque lea mucho en libro electrónico, tablet, smartphone… igual que sigo usando sedas de verdad además de las líneas de plástico y caña de bambú y de grafito. El libro de papel sigue siendo un diseño aún muy moderno, barato, cómodo, portable, resistente y autosuficiente…

Me gustan las editoriales valientes que publican libros de pesca: Sekotia, Tutor, Everest… compro sus libros y los regalo mucho. No son caros y duran toda la vida sin perder nada de su valor, utilidad y placer.

Y ahora vuelvo al viejo Vizconde de Grey y a sus chalk stream, a Josetxo y sus minuciosos montajes ninferos…



viernes

ESPERA



A veces monto las moscas con parsimonia, saboreando la lentitud, haciendo un trabajo detallista y con una voluntad de perfección que sólo va a quedar entre las truchas y yo. Pienso despacio qué hilo, cercos, pelos y plumas voy utilizar y dejo reposar el señuelo a cada paso, mirando con la lupa al bicho, comparando mi obra con las fotografías de otros montadores mejores que yo, buscando en el tiempo del futuro ese instante en el que la haré volar hasta el agua. En este siglo de prisa y velocidad, de productividad máxima y relojes exprimidos necesitamos momentos para perder el tiempo o, mejor dicho, para perdernos nosotros mismo dentro del Tiempo.

Hoy he mirado en el calendario cuanto queda para bajar a mis gargantas. Más de dos meses pero menos de tres, y no sé si es mucho o poco tiempo. Termino la mosca que algún día estará atada el final de mi seda y la dejo reposar encima de un libro por comprobar si me ha salido perfecta y sale volando asustada de mi sombra. Pero no.

Vamos perdiendo el tiempo muchas veces, aplazando la vida, dejando para mañana lo importante, cómo si alguna vez supiéramos de verdad qué es lo importante.

Pero alguna vez si lo comprendemos, metidos en el agua tras las truchas, contemplando el lance del hijo pescador, caminando aún de noche por la vereda que baja a la poza del Águila, atando con los dedos ateridos esa primera mosca de la temporada, sorprendidos en un instante por el calor del tímido sol de marzo sobre la espalda. Alguna vez si comprendemos que hay que vivir lento, no dando a la prisa ningún otro regalo, no aplazando esta dicha sencilla de pescar.  No despreciando el tiempo de nuestra vida malvendiendo sus horas por casi nada.  Muchas veces lo hice y aun lo hago. Otras veces no. Fabrico moscas pequeñas muy despacio,  me escapo al río a caminar, hablo con el hijo saboreando la mañana, el frío, el sol de estos días de invierno. No somos muy diferentes de una efémera, sólo tenemos distinto el reloj que acompasa nuestro corazón. Pero no queremos darnos cuenta.








miércoles

MIEDO



Recuerda hoy esa sensación. Abrigado. Sentado en una piedra enorme llena de musgo y liquen el pescador se come el bocadillo de pan, queso de cabra y pechuga de pollo empanada y bebe agua del río y no tiene miedo a casi nada.

Hace mucho frío ese amanecer de mediados de marzo. La hierba seca y helada cruje bajo las botas y los dedos de las manos están torpes para meter el hilo por las guías y atar un señuelo. El río baja fuerte y sólo hay un sitio para cruzar con seguridad en toda la garganta. Un lugar donde el agua se abre y la profundidad o la corriente son aceptables. El pescador ama ese momento. Ese caminar río arriba mientras sale el sol, esa sensación de meterse en el agua helada y sentir como le muerde el frío. Lentamente cruza. La corriente es fuerte, las piedras pulidas parecen de gelatina bajo sus pies y el fondo es incierto bajo los remolinos del agua. Hay momentos de miedo, de concentrase en pisar bien en la arena, de guardar un precario equilibrio paso a paso mientras el agua suena salvaje en todas partes. Pero los pies son sabios. Y es tanto el placer de esos instantes, tantas veces vividos. El pescador recuerda cada trucha, cada piedra, cada remolino del río. Vio como tantas veces los jabalíes salir rezongando del helechal del charco de la Vena y más arriba la nutria jugando en la tabla de agua de su nombre. Ha tocado dos truchas y es un hombre feliz. Caminar por el agua, sentir como la corriente le quiere derribar es igual que amar. Lo piensa aunque sabe que pocos entenderían ese símil. La vida empuja, enfría, hace ruido, amenaza, nos hace dudar, pero el corazón del pescador la siente hermosa, atractiva, feliz en su empujar salvaje, en su voluntad de río de montaña indomable y milenario.

Pero el pescador no puede hablar del amor, así, en abstracto, él no es un filósofo, sólo un pescador y su amor tiene nombre y formas concretas y una voz que se le metió muy dentro de su alma. Y su alma es el río. Este río de marzo. El amor tiene un nombre y cada vez que piensa en ella se siente igual que en medio de la corriente en la parte más ancha y feroz. Presiente la intensidad, el instinto, la felicidad infantil y primitiva del agua llenando entera su vida de nuevo. El pescador se asombra. Nunca ha encontrado a nadie tan igual, tan afín, tan cercano. Tan cómplice. Nadie. Dice su nombre en voz alta por ver como suena con la música de fondo de la corriente. Tanta soledad, esta soledad inmensa, dura y rica que le llena en el río. Tanta compañía dulce, suave e intensa cuando está con ella. Tal vez sea difícil amarla ahora como difícil es cruzar un río crecido en marzo, pero es tan placentero.

Muchas veces, cada día, todo del día echa de menos su presencia. Pero nunca lo dice. También echar de menos tiene su punto de placer. El pescador no le dice tantas cosas. A veces teme guardar demasiado, a veces teme decir demasiado y todo eso también es placentero. Los ríos le salvan. Los torrentes le hacen fuerte y estar en forma, con el equilibrio a punto y sin miedo a casi nada. El agua helada y dura le susurra que todos los pasos son importantes y que el tiempo es largo, profundo y sorprendente como un río de deshielo. Una vez soñó pescar surubíes en esos ríos enormes del sur o pescar salmones en el fin del mundo o dorados feroces en el Paraná. Una vez soñó acariciar su espalda y beber el agua de los ríos de su cuerpo.

El hombre que camina es torpe, pero el pescador que ahora cruza la corriente es sabio. Ha aprendido muchas cosas estos años de los ríos, de soledad, de los caminos invisibles entre la hierba alta, de porque ama cocinar, pescar, escribir, soñar. Ha aprendido a decirle sin pudor que la quiere y que se siente con ella como cuando cruza un torrente en marzo.

martes

EXTINCIÓN



Le cuento a mi hijo el pescador que hace mucho, mucho tiempo, en 1989, en el CERN,  Tim Berners-Lee unió Internet y el Hipertexto (HTTP y HTML) de lo que surgiría la World Wide Web. Este tipo, en 1990, diseñó y construyó el primer servidor Web al que llamó HTTPD. No se hizo rico, no lo patentó, se construyó y diseñó desde  el principio para todos. Tim es un tipo admirable.

Le hablo también de Marcel Mauss (1872 – 1950) Antropólogo francés que estudió “la lógica del don”. Decía que “Hay sociedades (primitivas) en las que por mucho que demos siempre recibimos más”. Esta idea rompe hoy, en las sociedades “avanzadas”, la lógica del intercambio desigual marxista y la lógica del mercado capitalista. Sirve para explicar porqué crece Internet, porqué tiene éxito Firefox, Wikipedia… y la W.W.W.

Hasta hace nada en la red éramos consumidores de información (web 1.0), luego nos convertimos en emisores y creadores de contenidos (web 2.0) y ahora intercambiamos y nos comunicamos en las redes sociales (web 3.0).  

Hay marcas, empresas, economistas y personas que no entienden esta “lógica del don”. Creen que Internet es otra forma nueva para ganar pasta si eres listo. Pero están equivocados. En Internet tienes que “dar” y cuanto más das más recibes y por mucho que des siempre recibirás mucho más. Algunas revistas de pesca en España, o sus gestores, no entendieron este nuevo paradigma, no supieron ocupar su nuevo lugar en este nuevo mundo y han cerrado, se quedaron anticuadas, se extinguieron. Otras en cambio han sabido sobrevivir y mantener su rentabilidad siendo además generosas.

En la historia del mundo nunca los pescadores hemos podido intercambiar tanta información, experiencias, conocimientos o sueños de forma tan fácil, rápida e intensa.  Hay antiguas y nuevas revistas de pesca que si han entendido esta “lógica del don” que un anticuado antropólogo francés supo explicar tan bien. Y me alegro que el mundo haya sabios visionarios generosos como Tim Berners-Lee.

Yo siento y constato cada día que por mucho que de o que aporte como pescador, aquí en la web, recibo mil veces más.

Pero todo esto al hijo pescador le parece muy obvio...


lunes

PUREZA


(Pintura de S. Laurent)


Días de campo con mi hijo el pescador. De subir hasta el nacimiento de nuestros ríos donde se puede beber del agua helada que se va filtrando por las rocas.

Bebemos de esa agua purísima y sentimos su “no sabor” como el sabor verdadero de la vida. Tocamos su transparencia helada y sentimos que acariciamos, o nos acaricia, el alma de la montaña, de la nieve, del invierno.

Va creciendo el hijo cada día, casi no le sirven las botas de un mes para otro. Está en ese momento de la vida en el que se va el niño y se asoma el hombre algunas veces, sin creerse aún que el tiempo nos transforma. Yo le digo que no pierda al niño, ni las ganas de juego, ni su sonrisa sin causa por cualquier cosa, ni sus ganas de broma y ligereza. Él no entiende estos consejos, claro, pero yo se los digo con sinceridad, sin ninguna trascendencia, para que algún día se acuerde y descubra esa simple verdad que le hará feliz muchas veces.

Le digo también que este agua que bebemos es la sangre de las hadas del río, las ondinas, protectoras de las nutrias y las truchas, de los juncos y los tritones, de los sauces y del hielo de hoy.

Uno no cree en nada, sólo en los ríos y las ondinas, los hijos que van creciendo y este placer de esperar a que llegue de nuevo la primavera con sus días de pesca y libertad. 
Uno no cree en nada, sólo en este agua de montaña que no me canso de beber y en las fuerzas con las que subo más alto siguiendo las huellas invisibles que mi hijo el pescador deja en las piedras y en mis palabras.