Sabes que está por allí, más arriba o más
abajo de esta tabla honda, oscura y larga.
La orilla Este es escarpada y
salvaje, cortada a cuchillo sobre granito y llena sauces, encinas y jaras. La
orilla Oeste la han fabricado los últimos glaciares extinguidos con canchos
suaves y redondos para convertirse un poco más abajo en una playa dulce y
arenosa. Es una de las tablas más bonitas que conoces, con una chorrera ancha
que golpea la orilla en curva y cuyo arco está formado por las raíces desnudas
de los árboles. Con una rasera al fondo muy tranquila que es el único punto
por el que se puede cruzar el torrente en primavera.
Allí descansas siempre. Allí has tocado
muchas y buenas truchas. Allí has llevado en verano al hijo pescador para que nade, pasar la tarde, merendar con el sol de septiembre borrando el tiempo.
Pero es en marzo y abril cuando el paraje es más hermoso. Y son hermosos los
tres o cuatro charcos por debajo y la tabla larguísima y estrecha que viene después.
Una sucesión de aguas hondas y rápidos esculpidos en el puro granito de este
bosque extremeño.
Muchas veces, mil veces has subido
pescando este torrente. Muchas veces, mil días has caminado por el granito
pulido y peligroso y atravesado el agua con prudencia. Muchas veces, mil veces,
siempre, te has embobado con la belleza de cada detalle del recodo y has
pescado despacio, tu, que siempre vas por el río como si tuvieras un cohete en
el culo. Has pescado cada recodo
muy despacio, saboreando cada lance y cada sombra.
Sabes que está aquí, más arriba o más
abajo de esta tabla honda, oscura y larga, ese gran pez que a veces has tocado. Y ahora sabes que no buscas volver
a tocar su resplandor sino tener de nuevo la certeza de que sigue aquí, no el
pez, sino el río entero. Y tú en él.
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