Me acompaña mi hijo el pescador. Los kilómetros pasan suaves y hablamos de aviones y peces, de amores y dudas. Nos gusta explorar ríos nuevos, viajar lejos, probar nuevas moscas y señuelos. Me dejo llevar por su curiosidad y sus preguntas. Con él todo es siempre levedad y risas, sorpresa y aventura.
Ya en el
torrente me cruzo de orilla y pescamos en paralelo sin molestarnos. Me gusta
mucho el sonido el agua cuando los ríos van fuertes y alegres con los
deshielos, cuando la primavera apenas se está asomando en los brotes de los
sauces.
Es muy distinto
pescar sólo que pescar en compañía. Son dos formas diferentes de disfrutar de
ese tiempo. Lo difícil es encontrar un compañero de agua que nos soporte y que
nosotros soportemos, que entienda nuestro ritmo y también nuestras manías.
Pienso, un año
más, que soy afortunado porque este río sigue vivo, bello, limpio, con pocas
truchas y también con pocos pescadores. Jugamos con un nuevo lance, en las
tablas abiertas, que consiste en hacer volar la seda como un espadachín,
haciendo aspas continuas hasta soltar la línea en un último gesto llevando el
brazo hacia atrás. Llevo una ahogada y una seca. Él un pececillo japonés de
apenas tres centímetros armado con anzuelo simple que compró en no sé cuál web
remota.
Me gusta
pescar sólo, a mi ritmo, sentir
que formo parte de este torrente, saborear que me sé de memoria hasta las
piedras, olvidarme del tiempo y sus fronteras. El año pasado, en medio del
agua, sujetando una buena trucha sobre un corrientón profundo disfruté cada
segundo de lucha, me descubrí sonriendo como un bobo aunque iba a ser difícil
llevar a la trucha a la sacadera.
Me gusta
pescar con él aunque dice que no paro de hablar y de decirle “cómo si y cómo no
debe hacer”. Intento reportarme, que acierte y falle él sólo, sin ir yo de
maestro por su vida. Me gusta sentir como se va metiendo también este río en su
memoria, como va puliendo las piedras duras, el lecho profundo de sus recuerdos
y de sus experiencias. El año pasado lanzaba ya muy bien bajo la bóveda de
ramas y hojarascas y sacaba con tiento y con delicadeza las truchas sin ponerse
nervioso, aunque luego echara pestes si se escapaba alguna.
Ya faltan
pocas semanas para volver a vivir estos días. Le veo crecer y ser mejor que yo
en casi todo. No me siento por esto más viejo sino más joven. Tengo su edad cuando
estoy con él en nuestro río, trece.
Este tiempo es duro porque toca esperar, pero siempre nos quedarán los recuerdos y el torno para ir atenuando el mono.
ResponderEliminarY coincido contigo, es una suerte que tu hijo se convierta en tu compañero de pesca. Te permite enseñarle nuevos sitios y nuevas formas de relacionarse con el maravilloso planeta en el que vivimos, además de pasar más tiempo junto a él. Enhorabuena.
Un abrazo
Si. Es un tiempo duro. Mientras tanto subimos a hacer snow. Ahí si siento que él ya es mucho mejor que yo. De esa nieve baja luego el agua en la que pescamos. Pero se hace duro, aunque brujuleemos lucios y nuevos montajes.
ResponderEliminarUno, de natural pesimista, piensa que cualquier año me desgracian nuestro río favorito. Ya lo hicieron con uno de sus mejores afluentes y aunque poco a poco se va recuperando ya no es el mismo...
Un abrazo Jorge.