Hace ya muchos años pasabas la frontera del agua con aletas y arpón detrás de los sargos y las lubinas, los meros y los palometones, los congrios y los pulpos. Desde abajo, con los pies tocando el fondo, te gustaba mirar hacia arriba y ver el espejo deslumbrante que separaba el mar de tu mundo. Ese cielo liquido se volvía entonces misterioso y lejano mientras acechabas las corrientes y las cuevas, sumergido en tu instinto cazador, aguantando la respiración siempre un segundo más. La frontera de agua que contemplabas, tres o cuatro metros más arriba, separaba dos mundos ajenos y soñabas a veces que ese cielo de aire no era el tuyo.
Ahora ya no
buceas como entonces, pero te sigue encantando esa frontera que a veces es un
espejo oscuro y otras un cristal transparente casi invisible. Los insectos se
posan en esa delicada película y vuelven a volar como si nada pudiera mojarlos
o hundirlos. Otras veces en cambio, misteriosamente, rompen el espejo y pasan
al otro lado. Muchas veces tocas con cuidado el agua sintiendo esa leve
resistencia que separa ambos mundos, en esa leve frontera de cristal líquido es
en la que más te gusta pescar, dejas el señuelo ahí, sobre el agua y debe ser
el pez quién se acerque a ti siquiera un segundo.
La superficie
del agua es tu espejo de Alicia y al otro lado aguardan siempre las maravillas.
Tú, que en otro tiempo lo cruzaste, lo sabes. Debajo del agua las leyes, los
colores, las sensaciones, la vida es otra muy distinta. Por eso te gustan los
espejos muy limpios, los ríos muy transparentes. Pescando atraviesas ese espejo de Alicia de agua muchas veces
con la imaginación y la experiencia. No rompes el cristal, intentas posar el
señuelo con delicadeza para no rasgar el encanto. Y cuando lo consigues y ves
el pez acercarse sientes que has abierto la puerta y que ambos mundos se
hablan. Otras veces dejas que el señuelo se hunda y recuerdas como era eso de
bucear y mirar la superficie del agua desde abajo como un pez.
Le digo a mi
hijo que a todos los pescadores que conozco les gusta mucho nadar y bucear. En
primavera, aunque el agua esta muy fría, pocas veces se resisten a entrar
dentro del agua con el vadeador incluso cuando no es muy necesario. Les gusta
estar ahí muy cerca de ese mágico espejo, tocar con los pies el otro lado,
vivir en ambos mundos. Tal vez en el
laberinto más remoto de nuestro cerebro primitivo sentimos que una vez fuimos también
peces. Y el hijo pescador camina despacio dentro del espejo del río. O del país
de las maravillas.
Cierto, siempre estamos buscando el agua. Encontrar su presión en nuestras piernas a través del vadeador, su frescor en nuestra piel y su rumor en nuestros oídos.
ResponderEliminarEn cuanto al espejo, es lo que más me sorprendió la primera vez que buceé. Es una sensación muy particular. Ese espejo donde se produce la mágica transición de ninfa a adulto de los insectos acuáticos y donde los peces van a buscar la comida aprovechando esos momentos de indefensión. En esa frontera es donde vive la "glotona" y donde espero vayan a buscarla los peces.
Saludos
Pasado mañana ¡al agua!. Va a estar muy fría y la garganta muy subida... pero nunca me perdí una desveda en el "río de mi vida". Probaré una "glotona", claro.
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