Era muy temprano. Casi te daba pudor arrancar el coche y romper
con su petardeo todo ese silencio acumulado en la plaza. Sólo cuando enfilarse
la calle de abajo aceleraste a fondo en segunda sin importarte el ruido del
motor del 127. En la carretera pusiste a Rainbow, “Can´t Let You Go”, que comienza con un órgano de iglesia antes del
tactacatac de la batería y el guitarreo. Entonces recordaste aquellas palabras
de Thomas Bernhard, casi recitadas por alguien que amabas, y a las que no dabas
demasiado crédito: "Todos el mundo
muere con música en la mente, cuando todo lo demás -personas, recuerdos- ha
desaparecido ya." Claro que tu
no tomabas tus cañas en Salzburgo… a no ser que metieras en el “saco musical” a
los ruidos del agua…El sonido del agua es siempre muy diverso, como la voz y el
estado de ánimo de una persona: gorgojea, susurra, canta, grita, chilla,
murmura, tararea… y además tiene muchos tonos, timbres e intensidades según
cada río, lugar del río, cada estación y cada día. Te gusta el tintineo alegre
de las zonas del torrente que no acaba de romper, el sonido bronco y energético
de un rompiente cuando estás metido en ella, el estruendo de la crecida cuando
todo es espuma y desborde, el burbujeo metálico de un caño pequeño, el sonido
lejano cuando llegas caminando y aún no se ve el río. Sobre todo la memoria
sonora, cuando te has ido del agua y aún sigue sonando dentro de ti, o su repentina y evidente ausencia. Además, junto al agua, suena su fauna y su bosque con
ayuda del viento o la brisa. Al evocar somos animales visuales, también
olfativos, pero tenemos poca evocación auditiva, aunque hayamos inventado la música
y la música sí funcione para rescatar cachivaches de nuestro desván cerebral. Pero fuera de la música, la memoria encuentra pocas composiciones sonoras naturales o artificiales,
ruidos o sonidos, que conmuevan y evoquen...
...Tal vez el sonido de aquel 127 al cambiar de segunda a tercera y luego a cuarta y pisar el acelerador hasta el tope, con prisas siempre por llegar el primero a la garganta. Cierras los ojos y escuchas con facilidad tu río, el sonido distinto
de sus rápidos a la entrada de las pozas o chorreras o tablas.
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