miércoles

ÁLAMOS Y SAUCES



(Pintura de Mark Susinno)


Álamos y sauces metiendo sus raíces en el agua, apoyando su tronco en las rocas de la orilla, sujetando el mundo para que no se lo lleven las riadas, ni las tormentas, ni los años. ¿Hay algo más bello que un bosque de ribera?. Nos gusta sentarnos a su sombra en cualquier recodo de la garganta. Conozco estos árboles desde que comencé a pescar y entiendo los susurros de la brisa de la tarde que usan para comunicarse con sus vecinas las encinas,  los alcornoques, los espinos blancos y los robles más lejanos. El hijo pescador sonríe por mis palabras.

Una vez cayó una hoja de sauce en el charco grande del Puente Viejo, una hoja pequeña y amarilla que se posó en el agua con la suavidad de un hada y en ese momento, de forma brutal y explosiva, una trucha enorme saltó sobre ella y se la tragó pensando tal vez que sería una mariposa. La escena apenas duró un segundo pero ese segundo vive en mi memoria desde hace treinta años. El charco es muy hondo y muy grande, en él, luego, todos estos años, hemos pescado grandes truchas, pero ninguna como aquella. Muchas veces pienso que esa abuela del río sigue viviendo allí y ella también se acuerda de la burla de aquella pequeña hoja seca. Aún así, muchas veces, sólo en ese lugar, lanzo lejos una mosca fea que lleva en mi caja mucho tiempo, una mosca que se parece a una hoja de sauce amarillenta y que intento posar suave en el agua y en mi memoria. Pero la gran trucha nunca sale de las sombras. Para que luego digan de la memoria de los peces.

Me gusta cuidar los ríos. Le digo a mi hijo el pescador. Pero los ríos también son sus piedras pulidas, sus viejos bosques de ribera, las mariposas amarillas, la brisa de la tarde, los peces misteriosos que siempre son enormes en la infancia y que siguen siendo enormes en la imaginación de todos nosotros los pescadores.

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