Hablar de pesca, compartir tiempo, ríos y truchas es un placer siempre y un privilegio. Compartir tiempo, primavera, agua limpia y truchas es compartir un secreto. Una forma de vivir la belleza, de estar dentro de la vida con el agua por la cintura, el sol en lo alto, una caña en las manos y al otro lado del sedal el mundo entero a punto de picar.
La vida de
todos nunca es enteramente plena, la vida tiene su aventura, su dolor, su
tristeza, su soledad, sus alegrías, su misterio, su desconcierto. Pasan los
años y el tiempo nos cambia el cuerpo, la mirada, el color del pelo, pero no
cambia la alegría, los nervios, la
inquietud siempre optimista que nos produce acercarnos al amanecer a la orilla
de un río que amamos.
Pasan los años
y nuestra vida cambia, tenemos menos tiempo, más obligaciones, rutinas,
responsabilidades y a veces no cuidamos lo suficiente lo que amamos y ya no
vamos con tanta frecuencia a pescar como con veinte años, cuando todo era
intenso. Sin embargo, el río, su rumor según nos vamos acercando, el frío de la
mañana, el agua helada y cristalina, la chispa del mirlo o el martín pescador
cruzando como un rayo la tabla larga, nos ofrece la misma emoción que siempre,
las mismas ganas de vivir y de pescar.
Los ríos son
frágiles, los pescadores también somos frágiles a pesar de que no nos importe
ni la lluvia fuerte, ni el frío intenso, ni el cansancio, ni el peligro de
cruzar el torrente crecido. Ríos y hombres tenemos muchas historia común. Toda
la historia. Desde el principio. Por eso nos entendemos bien. Por eso muchas
veces contamos al ríos nuestros secretos, las grandes alegrías de nuestra vida,
la grandes tristezas. El río es un amigo con el que hemos compartido muchos
secretos y mucho tiempo. El nos ha cuidado y enseñado. En sus
orillas hemos aprendido a ser pacientes, prudentes, aventureros, responsables,
artistas, mejores personas, a descubrir nuestros límites físicos y también a
descubrir que podemos llegar tan lejos como soñamos, solo es necesario lanzar
el señuelo con cuidado y con fuerza, con todo el deseo, el saber y el instinto.
Para muchos
pueblos llamados antes primitivos los ríos tenían alma. Yo no creo en otra
trascendencia que la vida de aquí, el presente, lo tangible, Sin embargo
también creo como los Shuar que nuestros ríos tienen alma. Si no no sería
posible que me hubieran dado tanto y tan precioso, que nos hubieran dado tanto
y tan valioso a los humanos a través de miles de años, aunque hoy
muchos humanos ya lo hayan olvidado.
Esto le escribo hoy a mi hijo el pescador, para que él no lo olvide.
Chapeau, amigo, chapeau...
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