Nada menos melancólico, ni menos
depresivo que un pescador, sobre todo porque mientras estás en la orilla,
metido en el agua con una caña en la mano, no puedes andarte con estas
historias porque acabas mojado,
tropezando y rompiéndote la crisma contra una roca por un mal resbalón.
Los ríos donde viven las truchas tienen
eso, que sus aguas limpian todas las tristezas y nos dejan el ánimo fresco y la
mente despierta, llena de colores, nunca gris.
Aún no recetan los doctores “pescar
truchas a mosca” para curar las enfermedades del alma, aunque hay alguno que sí, él mismo es mosquero y sabe de las bondades de esta terapia.
Pescar en torrentes de montaña nos educa y entrena lo que los psicólogos llaman
la resiliencia, sobre todo cuando los peces no pican y llevamos todo el día en
remojo.
Vemos al hijo pescador concentrado,
silencioso, serio, mirando a cierta esquina sombría del río y en realidad está
sonriendo, pero por dentro.
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