Ahora que por
aquí las truchas están de vacaciones, me queda el consuelo de bajar un par de
horas, antes del anochecer, al embalse de la dehesa, y lanzar una hormiga a pez
visto, si tenemos la fortuna de que las carpas se ceben, un día sí, cinco días
no.
Se trata de un
ejercicio puro de paciencia. Instantes en los que el agua hierve de bocas
aspirando todo lo que hay en la superficie y minutos muertos o tardes muertas,
en las que no se ve un pez.
Días que
pruebas delante de sus narices todo el repertorio mosquil, que ellas ignoran, y
momentos en los que si lanzas regular ves su bocaza aspirar el engaño.
Soy muy malo
con las carpas. Me puede la impaciencia, clavo demasiado pronto y demasiado
fuerte y rompo muchas veces el terminal. No me sale utilizar la mano izquierda.
Clavar con la derecha, con la caña, un carpa de muchos kilos, que no se va a mover
ni un milímetro, con un diecisiete, significa: clack.
Esta de la
fotografía no la pesqué yo sino Victor. Esa tarde rompí cinco veces.
Imperdonable. En lugar de hormiga utilicé una mariquita hecha con CDC compactado,
rojo oscuro, con las patitas simuladas con CDC negro. Flotan como boyas, nada
las hunde.
Las tardes de “bolo”
llega uno a casa desconcertado y mohino. ¡Malditos carpuchos locos! Las tardes
de eclosión de hormiga llega uno a casa optimista y con el brazo cansado. ¡Maravillosas
carpas sabias!
Pero todos los
peces son buenos rivales, da igual el tamaño o la especie.
Trabajo en
agosto, no me voy de vacaciones, pero tengo mucha suerte de poder ir a pescar a
quince minutos de esta casa de exilios urbanos, truchas, barbos, basses, carpas.
A veces lo olvido, soy muy afortunado por tener esta guarida, gente que me
quiere y estar sano.
Le escribo a
mi hijo al pescador de todo esto: ambicionamos a veces postales de anuncio,
viajes remotos y otras ficciones sin darnos cuenta que este rincón del mundo se
parece mucho al paraíso.
Así es como me siento yo en León; afortunado por tener tantos kms de ríos para pescar, casi al lado de casa. A veces, por puro adoctrinamiento a un estilo de vida, se me olvida que estoy en posesión de esa inmensa fortuna, pero siempre acabo recuperando la memoria que me hace ver las enormes diferencias que existen entre vivir en León y vivir en Madrid.
ResponderEliminarUn saludo
Carlos
Si Carlos, vivir en Madrid es muy duro, pero la gente se olvida. A mi hasta me gusta Madrid y todas las grandes ciudades, pero, claro, tengo mi pequeño paraíso en el norte de Extremadura: gargantas trucheras (Jaranda, Alardos, Minchones, Cuartos), ríos barberos (Tietar, Ibor) y algunos buenos pantanos pata tentar a los basses y a las carpas (Veguillas, Valdecañas).
ResponderEliminarAquí tengo una garganta con truchas a cincuenta metros, un río bueno a cuatro kilómetros y una pantanillo aparente a tres kilómetros. No es el paraíso, pero no me quejo...
Jejeje, tu fortuna es aún más grande que la mía; truchas a 50 metros ¡puf! Lo que tengo claro es que venirme a León fue lo mejor que pude hacer. Mira, yo nací en el Madrid más castizo, en Chamberí. Pasé casi toda mi vida en Alcorcón, típica ciudad dormitorio que se convirtió con el paso de los años en un lugar incómodo, impersonal, insoportable, in... in... Yo soy feliz cerca de un río y lejos de las aglomeraciones, y sinceramente, creo que mis hijos están teniendo una infancia mucho más bonita y completa de lo que hubiesen tenido en Madrid.
ResponderEliminarAhora, eso sí; te envidio mucho el poder ir a por basses :)
Desde luego sí que sois afortunados, compañeros. Yo la verdad es que si quiero pescar en condiciones me tengo que desplazar por lo menos 20 km, pero por lo menos tengo muchos destinos con buena cantidad de peces a una hora en coche. No me puedo quejar.
ResponderEliminarY respecto a las carpas... no sólo son difíciles de clavar sin partir. También de engañar cuando no están por la labor. I love these fish!
¡Saludos!