Hoy, que estoy solo y él está lejos, a su vida, recuerdo que el hijo pescador comenzó con las carpas. Siento que han pasado muchos años desde ese día.
Aquí, en este hueco de Gredos, a las ocho y media, ya no sirven las gafas
polarizadas, la superficie es un espejo negro. A veces sale una aleta, otras
veces una boca, otras el pez salta fuera del agua rompiendo el cristal.
Entonces, cuando sale una boca grande,
lanzamos nuestra hormiga cerca y esperamos. Esta pesca se parece a la caza, al
acecho, caminando despacio por la orilla atentos a disparar de forma sigilosa y
certera.
Sigilo y silencio mientras va cayendo la
tarde. Ya no sabes si esta dentro o fuera de ti esa quietud.
Cuando la carpa chupa cuentas dos
segundos, clavas. A veces el pez ni se entera y sigue su paseo poderoso, otras
se asusta y corre a lo profundo sacándote la línea, la reserva y la prudencia.
Ajustas el seguro, alzas un poco más la caña.
La superficie es tan negra y bruñida que
parece que pudieras caminar por encima de ella.
Una carpa es un Buda, un Buda glotón,
poderoso y sabio. Ella puede más, pero se deja arrastrar a la orilla una vez
que te ha enseñado algunas de las virtudes del pescador. Pero si no quieres
aprender, el Buda gordo se enfada, te gana el pulso en un segundo y se despide
hasta otra. Adios pescador arrogante.
No entiendo esperar con cuatro cañas a
fondo a que Buda se muestre, sentados en una silla bajo una sombrilla verde,
como quién reza un mantra con los ojos en blanco. Yo prefiero ir tras él caminando,
burlar su paciencia, proponerle el pulso en otra parte, mirarle a los ojos
antes de comenzar el baile o la discusión, picar su curiosidad de glotona
ilustrada. Mira, es una hormiga raquítica
y negra, en la otra orilla tienes bolitas de colores, sabrosas golosinas de mil
gustos, pero mi hormiga está crujiente como una almendra tostada antes del
primer sorbo de cerveza una tarde de calor. Y
Buda no puede resistirse.
A veces, en la pelea, cierro unos
segundos los ojos para sentir su fuerza de otra forma, parece que estuviera yo
bajo el agua y ella en esta otra dimensión.
Muchas veces, en templos budistas, muy
lejos de este río, he visto carpas gordas paseándose dentro de un pequeño
estanque. Dicen que contemplar como nadan abre la puerta a la quietud. Yo
prefiero abrir esa puerta peleando con ellas, echando un pulso al atardecer a
alguna bien grande.
Comparto 100% lo que dices en esta entrada. A Buda se llega mejor a través de la búsqueda contínua que mediante la espera. Y los errores se pagan caros. ¡Saludos!
ResponderEliminar