Vienen los dos
esta tarde, más allá de las siete, en plan concurso familiar. Se pican, se
chinchan, rivalizan sobre quién cogerá más y el más grande. Vocean, se cruzan a
veces las líneas, se enrabietan con los líos, los enganchones, los percances.
Luego la tarde
va calmando los ánimos, van saliendo los peces, cada cual se va metiendo en su
tarea de agua y en su ritmo interior con el lanzado. Las dos horas se alargan y
uno siente el privilegio de este tiempo. No hay más tiempo que este, esta suma
de presentes que vamos guardando luego en la biblioteca desordenada de la vida.
Ellos aún no lo saben.
Ojalá sigan
pescando, piensa uno, ojalá
descubran los secretos del agua y de los peces. Ojalá haya otras tardes
como esta, largas, de verano, de estar juntos sin pretextos.
Los peces
salen luego nadando muy deprisa a lo profundo. Nos alegra dejarlos escapar de
nuevo libres. Y libres ellos, ojalá libres siempre y con tiempo y con ganas de
compartir una tarde de pesca y de verano.
Hoy, que dudo
de todo, que todo es incertidumbre, crisis, desaliento, en tardes como esta la
felicidad es muy tangible, larga, consistente. Y yo no digo nada, no la nombro,
ni siquiera la guardo, la dejo que se vaya con los peces. Y que siga viviendo,
como ellos, en el agua.
Esperemos wue tus hijos tengan la suerte de seguir pescando y todos tengamos la suerte de que los problemas se vaya, por fin y para siempre, a lo más profundo...
ResponderEliminarEso espero yo. Esa fortuna. Gracias Jorge.
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