lunes
HERMANA
NUTRIAS
Día de lluvia fina, de lluvia gruesa, de lluvia entre rayos de sol. Me gusta caminar sin descorrer las cortinas de la lluvia. Sentir el sonido de miles de gotas sobre el río, mi cabeza, mis manos. Los días de más paz son los días de pescar con lluvia. Ayer no había nadie, sólo las nutrias y las garzas y la lluvia.
Los pescadores, como seres acuáticos, amamos la lluvia. Además entre el impermeable y en vadeador es difícil mojarse aunque caiga el diluvio o estemos con el agua hasta la cintura. La garganta estaba crecida pero era pescable. Al final de la mañana me encontré con Fernando para el taco. Nos salió una nutria joven a cinco metros. Él sorprendió a una grande más abajo enroscada en la orilla y por poco la pisa. Los dos se sorprendieron. Para las aves ya era rabiosa primavera con lluvia o sin lluvia y sus cantos de celo se mezclaban con los “chop” de las gotas en los árboles, las piedras, el agua y se unían al rugido del torrente. El mundo natural en plenitud. Compartir el río con la nutrias me hace entender el porqué de algún secreto de la vida.
Subimos hasta las Tres Juntas sólo por el placer de contemplar el lugar. Tenía muchas ganas de seguir por Jaranda y pescar todo el día pero había que volver. Mi hijos se habían quedado en casa durmiendo a pierna suelta. Cuando yo regresaba del río ellos se levantaban.
Hubiera seguido garganta arriba con la seguridad de que no habría nadie en kilómetros y el placer de la lluvia alimentando la tierra.
viernes
SOMBRA
martes
PENSAR
(Pintura de Gibby Rowan)
Nuestro cerebro no para de recordar, procesar, planificar, imaginar, anticiparse, viajar por el espacio-tiempo con sus angustias y esperanzas.
Sin embargo en el río el cerebro se ocupa de otra cosa, de no tropezar, de mantener el precario equilibrio en el lance, de contemplar el paisaje, de medir la fuerza y la coordinación para que el señuelo o la mosca vaya donde deseamos, de pensar como una trucha, de sentir como un poeta. Ya no somos el oficio que nos ata al mundo ni ningún otro disfraz, somos sólo un pescador en un río cristalino y bronco dentro de la soledad tranquila del día.
Dice mi hijo el pescador: cuando pesco no pienso en nada.
No sé si se detiene el tiempo. Es posible que en el río hayamos descubierto un pliegue del tiempo en el que nos sentimos a salvo de ese otro tiempo lineal, rutinario y agobiante que nos empuja a la prisa, los logros, la productividad y todo eso que dicen importante.
Yo cuando pesco si pienso. Pienso como un pescador.
lunes
ARRIESGAR
Mi hijo el pescador se sentía feliz, se le notaba feliz, ponía su corazón en cada paso y cada lance aunque no le hubiera picado ni una. Yo he tardado más de cuarenta años en sentirme como él junto al río, con truchas o sin truchas, feliz y afortunado por el hecho de estar ahí, metido en el agua, sintiendo su frialdad, la corriente fuerte, la primavera despertándose, nada más.
La felicidad, su secreto, no está para el pescador en los peces sino en el río, en su corriente, en las piedras suaves y pulidas por miles de inviernos. Mi hijo el pescador me lo descubre sin decirlo. Los torpes como yo, hay cosas que tardamos mucho tiempo en descubrir y en aprender. Me he levantado antes del amanecer cuarenta años para ver salir el sol junto al agua y lanzar mi señuelo lejos, en lo más profundo, en lo más oscuro, en el lugar misterioso donde acechan las truchas más grandes y los días más intensos.
Mi hijo el pescador dice que ha perdido tres señuelos. Mi hermano Ángel le responde: Y muchos más que perderás, hay que arriesgar siempre si quieres ser un buen pescador. Mejor perder señuelos en el río que tenerlos en una caja en casa, inútiles.
Arriesgar, derrochar los días, sentir que mi hijo el pescador ya sabe más que yo.
miércoles
MÁS
martes
ELLA
lunes
EFÍMERA
sábado
CONSTANCIA
jueves
FUTURO
NUDO
SAPO
El hijo pescador sabe que aquí en el río todos somos animales y hay que llevarse bien. Luego están los cabrones que dejan que se viertan las aguas residuales sin depurar por encima del charco de “Las Pilas”. Don sapo, don murciélago, mi hijo el pescador y yo pensamos lo mismo de esos gilipollas civilizados, que les daríamos de beber todos los días un par de vasos de esa agua enriquecida con mierda. Quien sabe. Lo mismo les gusta. Será ellos no son animales. Dice Don sapo.