miércoles

GRANDE


(Pintura de T. Kirk)
Se me escapó el año pasado una buena trucha de tres kilos y medio. Muchos minutos de lucha en un charco hondo, con buena corriente, metido en el agua hasta la cintura. No llevaba sacadera así que al ir a cogerla se soltó del señuelo. Menudo cabezón tenía. El hijo pescador pregunta: ¿cómo sabes que pesaba tres kilos y medio si ni siquiera la tocaste?. Le cuento entonces lo de la precisa balanza digital que tenemos los viejos pescadores entre el codo y el hombro. Pero no se lo cree. No he tenido testigos de la pelea así que cuando subo por la dehesa y me encuentro con mi hermano Victor le cuento la película. No me pongo a llorar pero estoy alterado, natural, un truchón así, aquí.
Hace veinte años se me escapó una trucha parecida por encima de “las Pilas” de Collado. Se soltó de la cucharilla a pocos palmos de la orilla y, ya libre, pegó un salto ante mis narices como de un metro de alto, un salto enorme, parecía que iba a salir volando. No he vuelto a ver un salto igual. Entonces, con el corazón a mil me senté en un cancho y me puse a llorar. Mi hijo el pescador no dice nada, entiende porqué aunque no conozca todavía las palabras que nombran ese instante.

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