Mi hijo el pescador nunca quiere que le ate yo el señuelo. Hace un sencillo nudo Palomar en un segundo y corta el sedal sobrante con su navaja suiza. Luego los dedos, el brazo, la cintura, los ojos, el instinto, el corazón lanzan el señuelo hasta ese rincón oscuro de la chorrera donde está cazando la trucha.
Le digo: tan importante es la resistencia del sedal como del nudo. Hacer nudos es una ciencia, una asignatura imprescindible para el pescador. Antes que a pescar me enseñaron a hacer el nudo al anzuelo. Los hombres se dividen en dos clases, los que saben hacer el nudo a la corbata y los que saben anudar un anzuelo. Los primeros se ponen la corbata para pensar sólo con la cabeza y no con el resto del cuerpo; los segundos anudan el anzuelo para pensar con el cuerpo, los ojos, el instinto, el corazón, los dedos, la memoria. Llegas al río, montas la caña, atas el señuelo o la mosca y ya eres otro. Ya eres pescador.
Sólo he conocido a un pescador que se ponía para pescar corbata. Un gran pescador. Era su forma de honrar a las truchas y lanzaba el sedal pesado con una elegancia admirable. Se llamaba Augusto. A su nombre le pegaba pescar así, con corbata.
Para mi un tipo que no sabe atar un anzuelo no es de fiar aunque haga con los ojos cerrados un nudo Windsor a su corbata. Eso no se lo digo al hijo pescador. Ya lo descubrirá por su cuenta.
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